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Palabras de acuarelista

Relegada por la historia del arte y la « gran pintura » a un rango de arte de segundo plano, de técnica preparatoria, de ocio de chica de buena famila, despreciada por los vendedores por no sacar bastante provecho, es por eso que quise llevar a sus colores hasta arriba.

Y de entrada se volvió ella en el más allá del dibujo que yo estaba buscando en los colores, inquiriendo la luz de las formas, y esbozando los volúmenes en el agua.

Y todos los temas vienen bien. Empiezan las andanzas con el papel dulce y blanco, con los charcos de pigmentos que estallan, que van uniéndose o entrechocándose, y al final viene como un milagro (¡ suerte !), o se desvanece : una desilusión que desaparece rápido para continuar, volver a empezar, y siempre ir más adelante hacia lo « inaccesible ».

A pesar de las apariencias de fragilidad que se puedan desprender, no admite escasez la acuarela, y sobretodo escasez técnica : dibujo y colores, todo tiene que ser dicho y hecho con espontaneidad, tal como para un bosquejo, pero dominándolo inmediatamente. Y en esto radica su peculiar dificultad ; los ademanes se perciben todos, sin que no pueda ser escondido ni cubierto ni uno, siendo la transparencia regla primera.

No hay ni blanco ni negro verdadero en la acuarela. Generalmente es el negro una mezcla que se preferirá a lo propuesto por los fabricantes de colores, y el blanco es el papel que se guarda en reserva. Es lo que genera la luz, la luz intensa en la que se desvanecen o se imponen las formas.

Parece antinómico el claroscuro de la acuarela. Pero no obstante toma su sentido cuando se quiere encuadrar, sólo poniendo lo esencial en la luz, una vez liberado de la preocupación descriptiva. El contraluz muy acentuado, así como una « moche americana », puede dar idea : ya no se percibe formas definidas sino zonas de luminosidad, de reflejos y sombras, que van definiendo los planos sucesivos.